Pautar

Todo tiene reglas. En este blog voy a proponer algunas pocas para poder romper todas las demás:

1. Mantener coherencia con lo anterior.
2. No hacer textos demasiado largos.
3. La historia no termina.
4. Escribir para la historia, no para uno.
5. Es preferible escribir mucho y decir poco, que al revés.

Inaugurando

Abrió las puertas del establecimiento con mucho cuidado. Los picaportes de cristal estaban intactos, pero Nina tenía miedo de que estos se desintegraran entre sus finos dedos. La puerta se deslizó pesadamente hacia el interior, una oleada de vapor, intensamente dulce, acarició los cabellos sueltos de la joven. Empezaba una nueva aventura, un proyecto que tomaría tiempo. Tiempo y muchos rituales, que Nina había aprendido durante su niñez. Este sería su templo.

El mensaje

Pisando con cuidado, Nina dio el primer paso que la llevó dentro de la galería. El aire frío envolvió su cuerpo llegando hasta sus huesos y el húmedo vapor que salía de las infinitas puertas no le dejaba ver con claridad. Sentía el sonido de un río cercano que posiblemente se escondía detrás de la puerta número 1. Tomando su canto como referencia, caminó medio a ciegas, tanteando con los dedos de los pies el piso mosaicado del pasillo y con las manos las curvas paredes, tocando de vez en cuando alguno de los miles de cuadros que estaban allí colgados. Despúes de avanzar lentamente por algunos minutos, sintió exactamente donde le habían dicho un pequeño agujero de no mas de 5cm de diametro donde introdujo un papel garabateado que extrajo de su bolsillo.
De la nada, se escuchó un crujido, que se hacía cada vez más intenso, hasta parecer un taladro acercándose por la pared. De pronto, un pezado de pared se desmoronó hacia el interior de la galería. Un enorme agujero, oscuro y vaporoso, dacoraba ahora la pared donde Nina había dejado el mensaje. Se acercó a este con cautela, temiendo quedar sepultada bajo algún pedazo de material que había quedado flojo. El ruido no había cesado, solo que ahora parecía más un susurro que un crujido. El causante de ese sonido llegaría sin aviso.
Nina salió despedida hacia atrás, empujada por un chorro de agua brillante, esmeralda. Una corriente constante de este líquido llenó rápidamente toda la sala. Nina podía aguantar la respiración por mucho tiempo, como le había enseñado el shamán. Pero casi se atraganta del asombro, cuando del agujero oscuro comenzaron a salir unas criaturas que nunca antes había visto.
Parecían sapos alados. Cada una de estas increíbles criaturas poseía un color diferente, distinto a cualquier color conocido por el hombre. Algunas parecían hechas de mercurio, otras de viento, lluvia o pétalos de orquídeas. Sus redondas caras poseían ojos de luna y sus lenguas parecían inmensas llamas que brotaban repentinamente de sus colosas bocas. Estos seres, que Nina más adelante aprendería a llamar slakus, se impulsaban a través del extraño líquido utilizando sus inmensas alas de arcoíris y, aplaudiendo con sus viscosos brazos, se comunicaban los unos con los otros. Los slakus volaban todos en la misma dirección, hacia el ala este de la galería y Nina pronto comprendió lo que tenía que hacer. Sujetando fuertemente a una de las criaturas por su ala multicolor, logró montarla, y abrazando firememente lo que vendría a ser el cuello del slaku, se dejó llevar por éste a través de la corriente.

Patios


Felipe salió del trabajo optimista, ese día había hecho dos ventas relativamente importantes, y estaba haciendo buena letra en la empresa para obtener el aumento que necesitaba de sobremanera. Dos veces tuvo que volver a subir a la oficina, una para buscar su maletín, y la otra para despedirse de su secretaria, que hace tiempo lo odiaba secretamente. Pero Felipe fue siempre uno de esos hombres que van por la vida, casi flotando, sin molestar a nadie, sin tomar parte en nada, como un ser ajeno a este mundo. Aunque esto pronto cambiaría.
Durante la caminata a su casa le sucedieron una serie de eventos bastante extraños. Pero más allá de los perros siameses y los dos soles que lo iluminaban, fue una casona grande que le llamó la atención. Una casa que había estado siempre allí, lo sabía, pero nunca había reparado en ella. Hoy pasó dos veces por enfrente de sus rejas de hierro de color cobrizo. Esto le despertó una curiosidad extrema, y decidió entrar a satisfacer ese deseo tan extraño que bullía en él.
La puerta descascarada, los picaportes sucios, humedad. Abrió la puerta. Verde, todo verde. Una sala rectangular. En el centro, jardines. Todos los colores y formas. Troncos. Lianas. Azules. Amarillas. Una luz que caía del ventanal. Al cosatado del pasillo escaleras. Bajó con excitación. Abajo otro patio. Más jardines. En la esquina otra escalera. Jardines violáceos.
Finalmente llegó a la conclusión de que no sabría cómo volver a salir.
Este nuevo pensamiento prontó lo llenó de angustia. ¿Qué haría si, efectivamente, nunca lograba salir de este inmenso laberinto de jardines? Cruzando con desesperación de una sala a la otra, de un patio al siguiente, pronto descubrió que la sucesión de helechos, flores y árboles parecía extenderse hasta el infinito. Trató de usar la razón: seguramente, al notar su ausencia en la oficina, alguien se daría cuenta de su desaparición y comenzarían a buscarlo. Quizás Ema, la secretaria, sería la primera en sugerir su aparente disipación y en un instante todo el mundo estaría en busca de sus rastros. Sin embargo, Felipe no lograba engañarse con un raciocinio tan optimista, ya que sabía que era una persona más bien solitaria, y su ausencia pasaría completamente desapercibida. Pero Ema...
Decidiendo que volver al mundo habitual dependía únicamente de sus porpias facultades de explorador, desarrolló un plan para lograr su libertad. Atándose fuertemente los cordones de los zapatos y arremangándose el pantalón, comenzó a ascender por una de las tantas miles de escaleras que había dentro de ese universo de jardines. Toda escalera que encontró, trepó. Tardó tres días enteros en llegar al último piso de tan extraña casa, y cuando vio lo que escondía este último piso, no pudo hacer más que verse sorprendido.
La escalera terminaba en una espiral, que penetraba el techo con una puerta de madera de roble. Se acercó a esta y la empujo, con grandes esfuerzos, usando sus brazos cansados. La puerta giró sobre sus bisagras hasta abrirse totalmente. Arriba, una oscuridad atrapante. Hipnotizado, Felipe asomó su cabeza por al abertura de la puerta. Un salón gigante, con techos infinitos, fue lo primero que descubrió. Lentamente bajó la vista hacia el suelo. Entonces, su horror le nació fuertemente de la graganta.
El piso de la sala era una interminable sucesión de baldozas, todas cuadradas, blancas y negras, como un tablero de ajedrez. Pero no era esto lo que iluminaba la cara de Felipe con un calor sofocante. Eran las llamas que nacían por debajo de las baldozas, torrentes de fuego espiralado que empujaban los cuadrados blancos y negros, haciéndolos salir de sus lugres, y llevándolos hacia arriba, en el inerminable vacío negro. Segundos enteros estuvo Felipe contemplando ese espectáculo. Una danza rítmica y fugaz, con torrentes que nacían y morían casi en el mismo instante, ocupando todos los lugares del salón.
Por un instante, el hombre temió. Pensó que el suelo cedería bajo el ataque de los flamígeros torandos, y que toda la estructura caería. Fue entonces cuando, prestando más atención, vio pequeños retazos de piso, que caían con delicadeza del vacío, para encajar perfectamente donde se encontraban antes.
Contento con su descubrimiento y sintiéndose de alguna manera más seguro, subió lo que quedaba de la escalera y se paró, finalmente, al mismo nivel que las llamas. Sólo desde esa posición pudo ver, en el centro del salón, entre las damas de fuego que volaban a la eternidad...un mensaje. Ese era un mensaje que él debía rescatar de entre las llamas. Y así se lo propuso.
Durante varios minutos, Felipe se quedó estático en su lugar, sin atreverse a dar ni un solo paso. Miraba con detenimiento el ascenso y descenso de las baldosas y el pequeño trozo de papel que se encontraba al borde de la extinción en el medio del salón.
Por ser siempre una persona solitaria y retraída, Felipe había logrado desarrollar un gran poder de observación y no pasó mucho tiempo antes de que notara que las columnas de fuego que elevaban las baldosas seguían un claro patrón. Reteniendo en su cabeza el orden en el cual cada una de ellas era impulsada hacia el invisible techo de la sala, Felipe comenzó el peligroso trayecto hacia donde se encontraba el papel. Concentrado en las baldosas que estaban todavía en su lugar, fue saltando de una en otra, evitando las furiosas llamas. Más de una vez, casi es arrasado junto con una de ellas hacia la impenetrable oscuridad. Otras veces las columnas de fuego se elevaban a su alrededor, aprisionándolo entre barrotes de magma. Luego de muchos saltos, vueltas y disparos de adrenalina, logró tomar el trozo de papel. En ese instante, el tiempo se detuvo. Los remolinos de fuego se petrificaron en pleno aire y las baldosas cesaron su baile salvaje. La naturaleza de la extraña casa y la explicación de tantos misterios debía estar en el tan preciado papel que Felipe, con manos temblorosas, procedió a leer.
Pero a los pocos segundos comprobó que esto sería imposible. Con lentitud, casi imperceptiblemente, las letras se iban moviendo. El significado de las palabras y las oraciones se modificaba sin pausa; se dio cuenta de que jamás podría descifrar el mensaje. Llorando, lo intentó una vez más, y se fijó sólo en la primera oración. La leyó varias veces seguidas, y llegó a la conlusión de que, a medida que las palabras cambiaban, iban formando una historia. Ésta, a decir verdad, no tenía mucho sentido: narraba la historia de una niña, de sus primeros y sus últimos años de vida.
Estaba tan concentrado que recién cuando se detuvo a secarse las lágrimas, que le nublaban la vista, la vio. Estaba parada delante suyo, y lo miraba fijamente.
Necesito que me salves. Que me salves de una catástrofe de merienda, en un terciopelo inoportuno que son estas baldosas frías y agrias como el limón griego.
-Ultramar, crucemos divina.
-¿Le dices mar a este gris monumento de asfalto esbelto?
-Le digo mar a tus ojos celestes y tu pelo de olas.
-¿Y los barcos y los peces?
-Solo a veces.
-Dame una luz, una linterna querido antes de que...
Desvaneció la imagen como un holograma de un domingo sin misa, un domingo lunes del que hay depresión como si fuese un 2029 cien años después.
Triste Felipe y perro de prisión clavó sus puños en unas letras, las hundió en el abismo, y siguió como un astronauta hacia la puerta. Salió a la realidad. Salió del milagro, de la chica del diccionario colorido. Salió y caminó hacia un kiosco.
Se quedó con el gusto a vida en el paladar, pocas veces se había sentido así. El quiosquero lo miraba con pereza, como si pudiera ver un programa de televisión muy aburrido a través de sus ojos. Felipe no iba a comprar nada, pero temía que si no se refugiaba rápidamente bajo alguna excusa, moriría allí mismo. Nunca habíase sentido tan vacío, tan lleno de nada. Para cuando en gordo infeliz le alcanzaba el cambio con su mano derecha, él ya había tomado una decisión.
Unos ojos de ultramar lo esperaban en algún lado.
Ya no importaba el tiempo, ni los músculos, ni la vida...
PERDONENME PERO INTERRUMPO ASÍ, DICTATORIALMENTE Y SIN ESCRÚPULOS

Sótano

Nina viajaba sobre el lomo del slaku, casi pacíficamente. Pasaba por los miles de pasillos, que parecían similares entre ellos. Infinidad de cuadros y arañas decoraban aquella mansión. Pero todo comenzaba a degradarse bajo el efecto del agua esmeralda, que desteñía hasta la casa misma. Estelas de todos los colores se esparcían por el espacio, formando remolinos de fantasía con el veloz pasar de los slakus. La manada de aquellos seres se manejaba con una coordinación irregular, casi caótica; sin embargo nunca se chocaban, excepto roces delicados, que demostraban una suerte de afecto casi humano en los seres de ojos fríos.
El viaje duró eternidades completas para Nina, pero en menos de diez soles llegaron al centro esscent de la casa. Un sótano seco, pero peculiarmente dulce.
Allí, los slakus preparaban un ritual sólo para Nina.

Los sapos alados entraron a tierra, es decir salieron del agua, con total naturalidad. Como Nina observó, no sin asombro, se posaban sobre una extremidad, que cumplía la función de pata y de aleta caudal. En un mismo momento, todos los slakus comenzaron a regurgitar el agua que seguía en sus vísceras, y al parecer les dificultaba la respiración. Luego de terminar esta ceremonia, hablaron con voz grave:
-Eres bienvenida, por si no te habías percatado.- dijeron acercándose a un solo sonido, en coros de diferentes voces casi angelicales-Sabemos que buscas, pero no te permitiremos que lo encuentres. Puedes vagar por nuestro suelo todo el tiempo que desees, pero luego del ritual.
El ritual dio por principio un ultimátum carbonizado al instante. Los ojos de la mujer como negros caracoles ahogándose en el petróleo crudo y óseo. Cada anfibio con su bandera estandarte reflejando un sentimiento neto; un vicio vulgar: un ritual.
And there before us the ritual
Makes us feel blue vainly
And there before so casual
Makes us one black family
Aquellas palabras unidas por alguien insignificante dándole mero sentido a la extraña combinación de pasos simbólicos que efectuaban los slakus.
¡Malditos Slakus! ya van 10 minutos de este jediente ritual, posadme en su centro de una vez...
Felipe sabía lo que quería, el problema era conseguirlo.
Miró a su alrededor en busca de una respuesta. Casas de cartón, niños sin imaginación, perros rabiosos, la cara muerta del kiosquero. Nada.
Abrió la revista que tenía en la mano y comenzó a pasar sin apuro las hojas, deteniendo su mirada sobre los títulos sensacionalistas que poblaban cada uno de los artículos. Un pequeño recuadro amarillo en la esquina inferior izquierda de las página 35 llamó su atención. Decía:
"Se busca persona que crea en la magia, que pueda oler la lluvia y reírse de sí mismo. Es indispensable que no haya perdido su esencia, que quiera a sus padres y le guste la poesía. Si cumple con estas características y sabe lo que quiere éste es el lugar para usted. Sí Felipe, éste es el lugar para usted. Esquina de Pirovano y Comodoro Rivadavia. No se puede perder."
Incrédulo, Felipe se echó a correr.

el encuentro

Corría y no entendía, pero tampoco se cuestionaba. No se cuestionaba porque sabía que eso lo detendría.. de todas formas quiso ordenar sus pensamientos. Ante lo sobrenatural del hecho, y la curiosidad que éste despertaba, no hubiera podido no correr, aún el, que tanto repensaba todo y lo dudaba. El día le pareció entonces salido de la órbita de los días. Desde que entró en la casa, su vida había cambiado: su vida no era más su vida, como canta la canción. Y el cambio este habría de seguir, Felipe lo debía seguir.
Ya no corría sino que caminaba, con los hombros hacia adelante, por las calles que lo llevarían a esta esquina. Calles que él desconocía y seguía como por instino, paralelo a sus pensamientos. La ciudad estaba repleta de elementos que pasaban al lado suyo pero en otra dimensión. Y entonces cuando llegó a esa esquina, el tráfico incesante de gente cesó, y en la vereda de enfrente vió los ojos ultramar, y comprendió que aquellos lo esperaban. Avanzó lentamente apoyando en el asfalto toda la planta de sus pies, sin reparar en otra cosa que en esos ojos. Eran de un color diferente, distinto a cualquier color conocido por el hombre. De ellos tenía mucho que aprender.
-Mi nombre es Nina, y somos muy parecidos - dejó caer sobre el aire la mujer.

Memorias Sucias

Se entrelazaron en un largo, profundo, sentimentalmente lento y jugoso saludo cordial. Nadie los miraba, excepto la chusma de la calle. Allí, entre todo el cemento que los rodeaba él le dijo:
-Nos conocemos, porque te recuerdo de algún momento, uno frívolo, de esos que se terminan y no vuelven a empezar.
-Equivocado, tal vez te vi entre baldosas tibias, pero hace tiempo que sigo tu sombra, viejo shamán- lanzó ella cortando el aire.
Felipe sonrió con malicia, y declaró que nunca había sido llamado por ese nombre, por lo menos no en el último siglo. La invitó a tomar un submarino en una confitería pequeña que estaba a un par de cuadras. Ella, simpática, le dijo que no, y le agarró la mano. Luego, ambos se miraron, pupila en pupila, y se rieron, con miedo, con astucia, pero sobre todo, con alegría.
En el bar de aquella esquina, con un submarino cada uno entre sus manos y un plato con dos medialunas, los dos gitanos del tiempo se sentaron a contemplar. Se miraban y sabían que se conocían, tal vez de algún viaje estrellado o de alguna época ya muerta. Ambos habían visto mucho y vivido aún más que cualquier ser del planeta. Conocían la historia del mundo, la habían protagonizado innumerables veces, sin embargo nunca antes se detuvieron a pensar si había alguien mas con sus poderes, con sus habilidades. Su encuentro no fue casual, ya había sucedido muchos siglos atrás, no obstante, ésta era la primera vez que compartían un submarino y un par de medialunas con otro viajero del espacio. Era también la primera vez que reconocían que no eran los únicos con esta peculiar habilidad. Si había dos de ellos debía haber más y sino, ya no importaba. Eran dos, ese número perfecto para empezar una nueva aventura.
Cuento Zen #1

El aprendiz se acercó al maestro y le preguntó: ¿Cómo sé a qué tribu debo pertenecer?
El maestro lo miró y le respondió: Hay un error en la formulación de tu pregunta, joven.
¿Cuál es el error? dijo entonces el joven.
El maestro volvió a mirarlo y respondió: Hay un error en tu pregunta aún.
El joven sin comprender y ansioso dijo rápidamente: ¿Cuál?
El maestro entonces se tomó un momento y luego volvió a hablar: Hay un error en tu pregunta.
El joven aprendiz perplejo ante las refutaciones de su maestro dijo entonces suspirando: No sé cuál es el error de mi pregunta.
El maestro sonrió y miró al cielo. Después de una breve pausa dijo: Hay un error en tu respuesta.
La noche venia por el doquier, elevaba su majestuosidad sin querer, dejaba su negro encandecer y palpitaba en el yugo del gris de una nube. Pareciese que iba a llover a cantares; inoportuno momento para la candidatura municipal.


Felipe y Nina dieron por acabada la merienda y saludaron al dueño quién estaba muy torcido contando las ganancias. Al salir a la calle alzaron el brazo al mismo tiempo riéndose infantilmente. El colectivo frenó y estaba bastante vació como para transportar unas cuantas vaquillonas. Pero el olor hubiese sido insoportable incluso para el caño de escape. Felipe dejó sentar a Nina primera enfrente de la salida (era un colectivo con la salida en el medio, los mejores para mí, estás siempre cerca para SALIR!) pero al hacer esto tocó estúpidamente el timbre croqueta.

Separación?

El timbre sonó estridente hacia el interior del colectivo, y la puerta se abrió cuando aún estaba en movimiento. Felipe se lanzó hacia afuera a respirar bocanadas de aire puro, tan llena estaba aquella caja transportadora. No vió bajar a su compañera. No bajó. Media vuelta y empezó a caminar, con el ceño fruncido y pensando que si algo había significado tendría que volver a pasar. Logró distraerse con el frío de la noche, el movimiento de la avenida y sus connotaciones nostálgicas. Su tranquilidad yacía en la certeza de que ella lo sabría buscar.
Nina había bajado en la parada siguiente, y allí esperó en vano a su nuevo y próximo compañero. Seguía con la emoción de un feliz estreno. Caminó a la parada anterior, de donde se había pasado y Felipe respiró aire fresco. Sola y fresca como el queso sin su batata, esta no le tenía buenas noticias. Corrió con la esperanza de alcanzar a Felipe, sin antes razonar, una "carrera irracional". Miró su reloj. Mejor se volvía a la casa, con la angustia en la frente y el pecho, inquieta como estaba. Blasfemó con las manos en los bolsillos. Apretó el paso hasta su casa, subió las escaleras y se quedó dormida.

De día.

Felipe sentía las piernas cansadas, se arrastraba por la vereda. El vapor que transpiraba el pavimento lo ahogaba desde abajo. Vio una plazita y se dirigió con pesadumbre hacia allí, evitando los linyeras que se le trepaban lentamente al brazo.
Se sentó en un banco verde desteñido por el tiempo. La gente se hamacaba a velocidades vertiginosas a su alrededor, como estrellas fugaces nadando hacia una muerte universal.
De pronto, se acercó una paloma a su pie derecho, y le dijo "¿que tal?".
Felipe la miró con desprecio, y siguió en sus meditaciones, pensando dónde estaría Nina. Pero entonces la paloma hizo algo que llamaría su atención, algo que le daría miedo, pero esperanza.
La paloma le dijo en palabras que uno comunmente encontraria en un cofre de piratas de un bosque empinado. Aquel cofre, tendria dos tuercas rudimentarias hechas de celulosa y cascabel con un manojo para el uso sútil de un ermitaño príncipe, obviamente, del bosque.
"En tiempos de dolor y laberinto,
Se ha encontrado un patio distinto,
Que sus flores y sus abejas han de darte
Democracia en tus elecciones
Elegancia en tus devociones
Premisa en tus creaciones
Olvido de tu fin y vela en tu estómago
Como un dulce compás de piano
Que no ha sido en vano... "

La paloma terció una carcajada y continuó con otro verso imperial.

(en los bosques un imperio se refiere al reino de una raza por un determinado tiempo, 1 o 2 meses)

Amor dónde floreces cuando cae el sol¿?

Felipe siguió su trance en la plaza como un narcótico gramo de azúcar que endulza un corazón. Pero pasado ya el ocaso precipitosé el almíbar sobre su canal dio señales que iba hacia algún lado.
Los jardines habían sidos colmados por su ternura y observación casi científica. El colectivo había sido presa de su magia y la de su amiga.
-Si sólo supiese dónde anda mi yustina, mi Nina-vociferó a la paloma gavilán. ¡Quiero despedazar mis memorias en este mismo momento, quiero encontrarme con ella! dijo luego con un tono maniático. Pero su ansía calmo como el mar al deslizarse suavemente por la arena y en la bajada de sol llevarse esos aros de arena. Así quería Pipe olvidarse de su gordura mental y llenarla de flores con el aroma de los labios de Nina. Pétalo por pétalo asfixiandosé en un estanque de semejantes nenufranes o narcisos envueltos.
Había hallado una razón por la cual vivir y había encontrado una mujer con una pasión tan grande que le hizo largar una lágrima.
El pobre muchacho esperó al semáforo que se metamorfosiara al color del pasto en pleno auge de verano. El semáforo no tardó...
Nina despertó entre lagañas y bostezos. Su habitación se encontraba más oscura que de costumbre e impregnada con un cierto olor desconocido, como a gato muerto. Sentía que había despertado dentro de una de sus pesadillas. Parecía muy distante ya aquella tarde en la que había compartido el submarino con Felipe y la travesía en colectivo.
Busco despabilarse lo mejor que pudo, mojando su rostro marcado por la almohada con agua de lavandas y dándose una ducha helada. Luego desayunó lo de siempre, un té de jazmín con unos bizcochuelos suizos y corrió tres vueltas alrededor de la mesa de la cocina, haciendo circular por sus piernas la sangre que había quedado estancada en sus venas la noche anterior.
Había llegado a una conclusión: sólo la sabia del acuario podría decirle de dónde venía aquel olor a gato muerto y, más importante, cómo hacer para reencontrarse con Felipe.

Si te compro una birra, es para que me entiendas
Si compro una segunda birra es para entenderte.
Si compro una tercera birra, es porque nos entendimos.