Memorias Sucias

Se entrelazaron en un largo, profundo, sentimentalmente lento y jugoso saludo cordial. Nadie los miraba, excepto la chusma de la calle. Allí, entre todo el cemento que los rodeaba él le dijo:
-Nos conocemos, porque te recuerdo de algún momento, uno frívolo, de esos que se terminan y no vuelven a empezar.
-Equivocado, tal vez te vi entre baldosas tibias, pero hace tiempo que sigo tu sombra, viejo shamán- lanzó ella cortando el aire.
Felipe sonrió con malicia, y declaró que nunca había sido llamado por ese nombre, por lo menos no en el último siglo. La invitó a tomar un submarino en una confitería pequeña que estaba a un par de cuadras. Ella, simpática, le dijo que no, y le agarró la mano. Luego, ambos se miraron, pupila en pupila, y se rieron, con miedo, con astucia, pero sobre todo, con alegría.

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