El timbre sonó estridente hacia el interior del colectivo, y la puerta se abrió cuando aún estaba en movimiento. Felipe se lanzó hacia afuera a respirar bocanadas de aire puro, tan llena estaba aquella caja transportadora. No vió bajar a su compañera. No bajó. Media vuelta y empezó a caminar, con el ceño fruncido y pensando que si algo había significado tendría que volver a pasar. Logró distraerse con el frío de la noche, el movimiento de la avenida y sus connotaciones nostálgicas. Su tranquilidad yacía en la certeza de que ella lo sabría buscar.
Nina había bajado en la parada siguiente, y allí esperó en vano a su nuevo y próximo compañero. Seguía con la emoción de un feliz estreno. Caminó a la parada anterior, de donde se había pasado y Felipe respiró aire fresco. Sola y fresca como el queso sin su batata, esta no le tenía buenas noticias. Corrió con la esperanza de alcanzar a Felipe, sin antes razonar, una "carrera irracional". Miró su reloj. Mejor se volvía a la casa, con la angustia en la frente y el pecho, inquieta como estaba. Blasfemó con las manos en los bolsillos. Apretó el paso hasta su casa, subió las escaleras y se quedó dormida.
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