Parecían sapos alados. Cada una de estas increíbles criaturas poseía un color diferente, distinto a cualquier color conocido por el hombre. Algunas parecían hechas de mercurio, otras de viento, lluvia o pétalos de orquídeas. Sus redondas caras poseían ojos de luna y sus lenguas parecían inmensas llamas que brotaban repentinamente de sus colosas bocas. Estos seres, que Nina más adelante aprendería a llamar slakus, se impulsaban a través del extraño líquido utilizando sus inmensas alas de arcoíris y, aplaudiendo con sus viscosos brazos, se comunicaban los unos con los otros. Los slakus volaban todos en la misma dirección, hacia el ala este de la galería y Nina pronto comprendió lo que tenía que hacer. Sujetando fuertemente a una de las criaturas por su ala multicolor, logró montarla, y abrazando firememente lo que vendría a ser el cuello del slaku, se dejó llevar por éste a través de la corriente.
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