Durante varios minutos, Felipe se quedó estático en su lugar, sin atreverse a dar ni un solo paso. Miraba con detenimiento el ascenso y descenso de las baldosas y el pequeño trozo de papel que se encontraba al borde de la extinción en el medio del salón.
Por ser siempre una persona solitaria y retraída, Felipe había logrado desarrollar un gran poder de observación y no pasó mucho tiempo antes de que notara que las columnas de fuego que elevaban las baldosas seguían un claro patrón. Reteniendo en su cabeza el orden en el cual cada una de ellas era impulsada hacia el invisible techo de la sala, Felipe comenzó el peligroso trayecto hacia donde se encontraba el papel. Concentrado en las baldosas que estaban todavía en su lugar, fue saltando de una en otra, evitando las furiosas llamas. Más de una vez, casi es arrasado junto con una de ellas hacia la impenetrable oscuridad. Otras veces las columnas de fuego se elevaban a su alrededor, aprisionándolo entre barrotes de magma. Luego de muchos saltos, vueltas y disparos de adrenalina, logró tomar el trozo de papel. En ese instante, el tiempo se detuvo. Los remolinos de fuego se petrificaron en pleno aire y las baldosas cesaron su baile salvaje. La naturaleza de la extraña casa y la explicación de tantos misterios debía estar en el tan preciado papel que Felipe, con manos temblorosas, procedió a leer.
Por ser siempre una persona solitaria y retraída, Felipe había logrado desarrollar un gran poder de observación y no pasó mucho tiempo antes de que notara que las columnas de fuego que elevaban las baldosas seguían un claro patrón. Reteniendo en su cabeza el orden en el cual cada una de ellas era impulsada hacia el invisible techo de la sala, Felipe comenzó el peligroso trayecto hacia donde se encontraba el papel. Concentrado en las baldosas que estaban todavía en su lugar, fue saltando de una en otra, evitando las furiosas llamas. Más de una vez, casi es arrasado junto con una de ellas hacia la impenetrable oscuridad. Otras veces las columnas de fuego se elevaban a su alrededor, aprisionándolo entre barrotes de magma. Luego de muchos saltos, vueltas y disparos de adrenalina, logró tomar el trozo de papel. En ese instante, el tiempo se detuvo. Los remolinos de fuego se petrificaron en pleno aire y las baldosas cesaron su baile salvaje. La naturaleza de la extraña casa y la explicación de tantos misterios debía estar en el tan preciado papel que Felipe, con manos temblorosas, procedió a leer.
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