Pero a los pocos segundos comprobó que esto sería imposible. Con lentitud, casi imperceptiblemente, las letras se iban moviendo. El significado de las palabras y las oraciones se modificaba sin pausa; se dio cuenta de que jamás podría descifrar el mensaje. Llorando, lo intentó una vez más, y se fijó sólo en la primera oración. La leyó varias veces seguidas, y llegó a la conlusión de que, a medida que las palabras cambiaban, iban formando una historia. Ésta, a decir verdad, no tenía mucho sentido: narraba la historia de una niña, de sus primeros y sus últimos años de vida.
Estaba tan concentrado que recién cuando se detuvo a secarse las lágrimas, que le nublaban la vista, la vio. Estaba parada delante suyo, y lo miraba fijamente.

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